miércoles, 18 de noviembre de 2009

Miercoles, día de la Sabiduria

Te saludo, Ser Maravilloso al otro lado de mi pantalla. Espero que la historia de esta semana te guste.

Historias de Luz y Sabiduría
EL ANILLO

Hacia el siglo XII el maestro Agbahar era reconocido por todos en Medina por su sabiduría. A él concurrían muchos en busca de consejo y aliento. Yuzzef hizo un largo viaje para llegar a la casa del Maestro, y al llegar su turno le dijo:– Maestro Agbahar, siento que la vida me da menos de lo que merezco... sé que debería estar mejor, ser más feliz, poseer más riquezas, y sin embargo mi vida es mediocre y en el fondo poco placentera...– Bien, bien... –contestó el maestro– Mira... en estos momentos tengo un problema yo, así que te pido tu ayuda para resolverlo y luego podremos seguir con lo tuyo.Yuzzef se sintió sorprendido de que el Maestro no tomase en cuenta su pregunta y le saliese con esta respuesta, pero no pudo menos que decir:– ¿Qué necesita, Maestro?– Tengo que vender urgente este anillo por no menos de una moneda de oro...te pido que tomes tu caballo, vayas al mercado y lo vendas... pero no aceptes menos de una moneda de oro!Dicho esto, tomó el anillo de su dedo y se lo entregó a Yuzzef quien –bastante molesto, para qué negarlo– subió a su caballo y se dirigió al mercado a cumplir el encargo. Una vez en el mercado, Yuzzef ofreció a la gente que pasaba el anillo pidiendo el precio que el Maestro le había indicado. No consiguió más que burlas de la gente...– Una moneda de oro por ese anillo!!! Muchacho, tú sí que estás loco... te ofrezco tres de cobre y esta daga...La mejor oferta que recibió la obtuvo de una dama de buen aspecto, quien envió a su criado para que ofreciese una moneda de plata. Horas después, y ya cuando el mercado empezaba a cerrar, Yuzzef, agotado por el esfuerzo y totalmente decepcionado de tan ridículo encargo, optó por regresar a la casa del Maestro. En el viaje de regreso, incluso pensó para sus adentros:– ¿Será realmente Agbahar tan buen Maestro y sabio como se dice?... ¿o sóloun viejo ñoño y ambicioso que pretende una moneda de oro por este pedazo delata si valor?Al llegar dijo, con cierto tono de molestia en su voz:– Agbahar... me desgañité en el mercado ofreciendo este anillo a todos los que pasaron, pero lo máximo que obtuve fue la oferta de una moneda de plata...– ¿Ahá?... –dijo el Maestro casi sin mirar a Yuzzef–, entonces hazme otro favor. Ve a la casa del Joyero Real que está frente a la Mezquita y dile que te indique el valor del anillo... pero no se lo vendas, te ofrezca lo que te ofrezca... ¿has entendido?Allí partió Yuzzef a cumplir el nuevo encargo, decepcionado y con la sensación de que el viejo lo tomaba como un sirviente y para peor, no había prestado aún ninguna atención a su consulta. Al llegar al sitio indicado, encontró al Joyero Real casi a punto de cerrar su negocio. Con algunos ruegos consiguió que entrase nuevamente y analizase el anillo.– ¿Y cuánto cree que puede valer esto? –preguntó Yuzzef, convencido de antemano del escaso valor de la pretendida joya.– Bueno... la verdad es que... yo diría... –titubeaba el Joyero Real mientras miraba el anillo desde todos sus ángulos– ...digamos que podría llegar a valer unas setenta monedas de oro... pero bueno, dado tu apuro yo podría pagarte ya alrededor de cincuenta... cincuenta y tres máximo.La mandíbula de Yuzzef cayó dando a su rostro una estúpida imagen e impidiéndole articular palabra alguna. Esto sin duda fue tomado por el Joyero como una hábil estrategia de regateo, ya que sin darle tiempo a recuperarse le dijo.– Está bien, está bien... veo que eres un duro negociante, pero no tengoforma de conseguir más de sesenta y dos monedas de oro en este instante.Yuzzef, sin poder articular palabra aún, logró recuperar el anillo de la mano del Joyero –que se resistía a soltar la joya– y regresó a la casa de Agbahar. Al ver su rostro sorprendido, Agbahar le dijo:– Hola Yuzzef, ¿qué te ha dicho el Joyero?– Realmente no lo puedo creer... cotizó el anillo en 70 monedas de oro y llegó a ofrecerme 62 en ese mismo momento... ¿quiere que regrese y se lo venda?– No, Yuzzef –contestó el viejo mientras volvía a colocarse el anillo en su dedo–. Conozco el valor del anillo y se trata de una joya más valiosa aún de lo que el pillo del Joyero te la cotizó... este anillo perteneció a Mustafá II, el Supremo Sultán. Aquí está su sello, y cualquier Joyero puede reconocerlo al instante.– Pero... no entiendo... ¿y por qué nadie en el mercado llegó a ofrecer más que unas pocas monedas de cobre por él?– Porque, Yuzzef, para advertir el valor de ciertas cosas hay que ser un experto. La gente en el mercado a lo sumo podría advertir el brillo del oro o el tamaño de una piedra inscrustada, pero ninguno de ellos reconocería el Sello Real en el anillo.Luego de invitar a Yuzzef con un gesto de su mano a sentarse, Agbahar prosiguió:– Lo mismo ocurre con tu vida... estás esperando que la gente te reconozca... o que el destino te favorezca, y no adviertes que el verdadero valor lo da el "sello real" que todos tenemos dentro... Regresa y saca provecho de tu vida, no por lo que los demás opinen o te den, sino por el verdadero valor de tu "sello real".
Como la piedra preciosa escondida tras las rocas, como la flor que nace en el olmo viejo y seco, así eres tú, tan valioso, que sólo te pueden medir bien los que bien te conocen, que sólo el baremo del amor acierta a juzgarte, valórate pues tú también, con el amor más grande que puedes darte, y descubrirás lo maravilloso que ya eres.

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